Manuel Ignacio Moyano
Querido Gabriel,
li
mon
esfera
ácida.
redonda
pasta
que
te abrís
jugosa,
en pequeños
gajos
traslúcidos.
¿Y quién iba a decir que en el
origen de todo estaba el limón cortado? Te cito de nuevo:
si
tuviera que aceptar la causa
y
denunciar al culpable
y
señalar el origen
de
todas las cosas
como
quien habla o dice
mundo
yo
diría
fue
el limón
De modo que ahí estaba yo, viendo
al mozo cortar el limón en el bar, prepararme un tesito y con tu libro entre
las manos, leyéndome en medio de la palabra li/món, que una lágrima me nació y
se balanceó en el párpado para dictarme este inicio: Querido Gabriel, necesité
escribirte esta carta cuando terminé de leer “Géminis”, tu segundo libro de
poesía, porque me leí entrecortado en esos versos y lloré. De modo que acá
estoy en la radio tratando de entender por qué no me duele estar atravesado por
esos cortes donde me leí. De modo que entonces me viene la gente pasando por la
ventanilla del colectivo cordobés y me digo que entre los cortes de cuchillo
hay algo que pasa y pasa y pasa, como el 33 del que hablás en “Crack”, ese
bondi que va y viene pasando siempre por las mismas paradas. De modo que entre
los cortes está el pasar que cura, el ir y venir, donde se cortan las palabras
y los limones: ahí estoy yo, viendo la gente pasar por la ventanilla, esperando
el tesito con limón, leyendo en voz alta y radial esta carta y tu poesía. Me
imagino entonces el limonero real y un pequeño “crack”, alguien arrancó un
limón. Me imagino entonces a alguien llevarlo a una bolsa. Me imagino dejarlo
en un camión que atraviesa el país. Me imagino el camión llevando ese limón a
una verdulería (el resto, acordate, se los exportamos a Estados Unidos). Me
imagino el limón en las manos de la verdulera. Veo el mozo agarrando el limón
recién comprado con la mano izquierda, colocarlo abajo del cuchillo que
sostiene con la otra mano, mover el cuchillo hacia abajo en líneas oblicuas que
van para adelante y para atrás y crack, el golpe del cuchillo sobre la tabla de
cortar. Y entonces te cito:
hay
un limón
sobre
la mesa
como
si hubiera
pensado.
¿Viste que una gota de limón pesa
lo mismo que una lágrima en el párpado? De modo que mis ojos y el limón
terminan iguales: cortados y borboteando un jugo liviano, como si hubieran
pensado. Porque sí, Gabriel, tu escritura es cortante pero liviana, hace pasar
las palabras como transeúntes que van y vienen para una mirada apoyada en la
ventanilla de un bondi que se frena un minuto en el centro cordobés. De modo
que Córdoba y Buenos Aires terminan igual de cortadas mientras la gente va y
viene llevando limones y libros. Se le dice “dos-centrarse”: partirse en dos
para ir de una mitad a la otra, ida y vuelta. O ser, como decís en “Crack”, un
“animal repetido”. Y pienso entonces en mi voz repitiendo en esta radio la
carta que empecé a escribir en el fondo de tu libro y siento que de fondo todo
es como ese bondi que cuando te lo tomás para ir, está volviendo, cuando te lo
tomás para volver, está yendo. Todo va y viene, porque como dijo alguien, “el
futuro ya fue”, como el punto.seguido.que.es.punto.y.sigue, o como ese río en
el que nadie se baña dos veces porque nunca es el mismo y se sigue llamando,
como decís en “Géminis”, “río Li”, o como ese hombre que, como decís en “Crack”,
se “despierta en un animal que escribe.” Y cuando leo “animal que escribe”
grito “¡cavernícolas!”, acá en el bondi, acá en el bar, acá en la radio. Y se
me ocurre que podríamos encontrarnos no solo en tu libro, sino también en todas
las cavernas del mundo y dejarle poemitas escritos en las paredes para el
futuro, o sea, para los animales que vienen después de nuestra humanidad, para
que cuando vean esas escrituras griten “¡jeroglíficos!”, hasta podríamos pedir
una beca al Fondo Nacional de las Artes, pero se me hace que es una idea muy
costosa y nadie nos daría pelota. Entonces pienso que documentar la escena de
nuestro encuentro debería ser una tarea del futuro entero, aunque como el futuro
ya fue, tengo una idea mejor: se me ocurre que podríamos ir a las sierras
cordobesas, juntar todas pero todas las piedras que encontremos, y escribir
dibujitos y poemitas en ellas para después tirarlas lejos y dejar que se
pierdan en ese animal futuro que ahora nos lee tomando un te-s-cito con limón y
grita “¡humanos!”. Y la lágrima, Gabriel, todavía sigue cayendo.
Un gran abrazo, querido amigo,
desde acá, tu libro, Manuel.
Leída en el programa de radio Caravana Perra.