Manuel Ignacio Moyano
1.
Empecé a ver una porno y me enganché con la trama.
Una nave espacial abandona la Tierra justo en el
momento en que un asteroide gigante impacta contra ella.
Los protagonistas (el Capitán Kulé y las
Comandantes Yuca, Tan y Transilvania, junto a dos enanos que nunca se sabe si
son reales o proyecciones imaginarias de los otros) quedan a la deriva en el
espacio infinito. Frente a la angustia que los rodea, y después de algunas
dudas existenciales, el deseo se les enciende de manera incontrolable. Suceden
las primeras escenas de sexo: 1°) el Cap. con la Comte. Yuca; 2°) las tres Comtes.
entre sí mientras el Cap. duerme una siesta; 3°) los enanos con el Cap.
(¿proyecciones inconscientes de este o juego con la alteración perceptiva de
los personajes por ser los últimos terrícolas? Buena ambigüedad irresuelta por
la directora).
Después de los primeros cruces sexoafectivos, a los
30 minutos, la porno propone un giro absolutamente inesperado: mientras se
alternan para pilotear la nave, no solo se les enciende el deseo, sino que
comienzan a darse cuenta que no necesitan comida, ni bebida, ni, obviamente, ir
al baño. Se han convertido en inmortales. Orgía de festejo por la inmortalidad
adquirida sin explicación (otro gran acierto: no sostener cada escena con
razones).
Entonces, a la hora y pico, aparece el segundo giro
narrativo, con una pregunta filosófica de fondo, en tanto que inmortales,
¿siguen siendo seres humanos? El Cap. lo afirma rotundamente, pero las Comtes.
Yuca y Tan, con sus polleras azul eléctrico, niegan su posición. Transilvania
se mantiene neutral, dubitativa. Empieza una larga discusión, con argumentos
cruzados sobre la esencia humana y cuestiones al estilo, hasta que el Cap. es
reducido y maniatado con cuerdas al modo Shibari. Otra escena, ahora con toques
sadomasoquistas: Yuca, Tan y Transilvania le dan con látigos mientras él grita,
como a propósito para incitarlas y que sigan, “¡somos hombres! ¡Somos hombres!”
Ellas se excitan con las afirmaciones del tipo mientras una música instrumental
toma el ambiente y lo aclimata. Emergen nubes de humo y luces de color que
generan efectos retro. Reaparecen los enanos mágicos y se arma la tercera gran
orgía.
El desenlace: un verdadero acto vanguardista para
el género porno. El Cap. abre los ojos y está acostado sobre la arena húmeda en
una isla desierta, maltrecho y envuelto en una camisola medieval deshilachada.
Era un náufrago. Mira la vegetación amenazante que comienza a unos cuantos
metros de la arena blanca y se pregunta: “¿somos hombres?”
Una lágrima le nace en el párpado izquierdo.
2.
Empecé a ver una porno y me enganché con la trama.
Galaxia se mira al espejo y en la imagen reflejada
no aparece ella tal como está vestida, de entrecasa con una remera blanca y un
pantalón de lino, sino en un conjunto de fina lencería. Pero no es ella; es su
némesis. El pánico toma a la real que le grita en inglés a la falsa: “¿quién
eres?”
La estructura tiene un eco lejano de Dorian Grey,
pero invertida: en la vida de verdad, Galaxia es pulcra y una dulce ama de
casa, pero no encarna la belleza; en el reflejo al otro lado del espejo de pie,
es el mal en toda su contextura: en lo que este tiene de deseante, en lo que el
pecado tiene de lujurioso. Y es, o lo intenta la actriz con sus caras,
bellísima.
La falsa Galaxia, que vive al otro lado de lo real,
avanza sobre la buena. Entre algunos gritos exagerados y ediciones autoevidentes,
la posee. En el nuevo cuadro, la lencería y la Galaxia del mal están de este
lado del espejo. La habitación con cortinas rojas enarbola el clima con la
concupiscencia adecuada.
Se abre la puerta y entra una inocente empleada
doméstica, vestida con un conjunto sumamente incómodo para las labores diarias,
y se pone nerviosa ante el cuerpo semidesnudo de su Ama, ya no solo de casa
sino de clase. Pero esta le cierra la puerta antes de que se vaya y la obliga a
quedarse en la habitación. La malicia hace su trabajo y se apodera de la
diferencia social. Pero en la entrega de la sirvienta, lograda con una resistencia
mínima y necesariamente mal actuada, como cualquier desigualdad socioeconómica
en una porno, se llega a un clímax donde al responder con toda su pasión, y
poner en dudas el dominio de la rica sobre la pobre, la Esclava ejecuta el mal
sobre la Ama: la ahorca con un cinturón mientras le ejercita una penetración
con un suplemento de goma. ¿Resolución justa o criminal? ¿Cesación del mal o su
perpetuación? ¿Liberación de la buena ama de casa ante la invasión de la falsa
Ama o simple venganza de clase?
La directora de la película no resuelve las dudas y
apuesta más alto. En el instante gozoso donde la Mucama asesina y fornica a la
vez a su Patrona, se escucha un grito de orden y mando que dice en nipón: “¡corten!”
Pero la película sigue, ahora con el clásico recurso modernista del cine
adentro del cine: una nueva toma se abre e incluye a todo el set —camarógrafos,
apuntadores, sonidistas, escenografía y utilería: detalle clave, todos están
desnudos, solamente revestidos por los dispositivos técnicos. Sus párpados
japoneses denotan la procedencia del filme. La directora, con su altavoz en la
mano, aparece erguida y de espaldas usando el mismo conjunto que el personaje
de Galaxia. Entra en la escena y juega con ellas, que ya dejaron de lado la
sobreactuación del asesinato junto al éxtasis sexual en el que estaban. Ahora
se entregan a la nueva situación y el sexo vira a uno de tipo juvenil, más
fresco, versátil, sin la intensidad anterior. El set de desnudos y cuerpos, por
fuera de la norma en el porno, hoy en cuestión, de la delgadez y la ausencia de
vello púbico, da un contorno extraño, tan extraño como el del mal que se
perpetúa al hacerse ligero.
Se escuchan risitas y la filmación se termina antes
de evidenciar los orgasmos. Como en la vida, una sensación de vacío y de
pregunta nos posee.
3.
Empecé a ver una porno y me enganché con la trama.
Esta vez, la directora se propuso ir más lejos que
nadie en su género: ser la primera en escribir, dirigir y producir una porno
conceptual. Ni siquiera el exquisito Tinto Brass se atrevió a tanto.
Los premios de Cannes, claramente, la esperan
ofuscados en las vitrinas.
Juan es un fantasma que lee un libro en una terraza
amplia que da al mar. No vemos su cara. Está de espalda. No hay otras
construcciones más que esa. Juan no sabe que es un fantasma. Juan cree que es
simplemente un joven fornido que lee desnudo (esos glúteos de fantasma fit…) y
despreocupado en algún lugar, en algún momento.
Toma inmediata: las páginas del libro aparecen
entre las manos del fantasma y están en blanco. 15 segundos después, el joven
da vuelta la página, a otra también en blanco, también vacía, también… El
recurso parece evidente, pero se traiciona al instante. Juan da vuelta una cuarta
página y ahora aparece escrita en francés una pregunta que el subtítulo en
español traduce por: “¿acaso puedo ser una chica buena y golosa?”
Juan mira el mar, el movimiento de las olas se
escucha sobremanera, invade la imagen y ensordece con un crescendo que de
golpe, ¡plop!, se corta y cesa. Hay un apagón. Un silencio y después una voz en
italiano que arrastra las palabras y dice algo que los subtítulos traducen por:
“¿por qué hacer una porno cuando es tan bello tan solo imaginarla?”
Unos segundos con la pantalla negra nos
desconciertan. Y nos engañan. No, no es el final, porque reaparece la escena de
la terraza que da a las playas vírgenes y al mar ahora embravecido. Y Juan ya
no está ahí. Pero ya no se escuchan las olas y el sonido de la naturaleza (vientos,
ramales, marea, etc.), sino gemidos, miles de gemidos gozantes, entre grititos,
risitas y parolacce. En un volumen
bajo, muy bajo, de fondo, lejano. Como un susurro de la naturaleza digital en
que ha devenido el porno.
A esta altura, el espectador no sabe si
masturbarse, maravillarse o pensarse en un posmundo. Lo cierto es que
finalmente los cuerpos desnudos y grotescos aparecen. Son 15 en hilera. Están
sobre la terraza y miran a cámara con una sonrisita. ¿Por qué? Porque todos son
Juan.
Con una edición artesanal, se entrevé que son
diversas tomas montadas entre sí. Hay pequeñas diferencias, movimientos,
estímulos que dislocan a cada copia y muestran la heterogénesis temporal de la
escena, hacen evidente, como buen vanguardismo, el dispositivo.
Pero hasta ahora no hay porno. Porque la imagen del
porno es la de la eyaculación grotesca sobre la cara del partenaire. Hasta
ahora solo hay concepto. Entonces la directora opta por solucionar su
modernismo con más modernismo: los 15 Juanes se agrupan con sus grandes
miembros entre los dedos en un círculo y las eyaculaciones mutuas, diferenciadas
por microsegundos y diversas contexturas en los fluidos, caen todas sobre el
ojo de la cámara que las recibe desde abajo.
La imagen se borronea, pero no desaparece. Sobre
ese fondo de dripping aparecen los
créditos en letras rojas con una música instrumental ochentosa. “Escrita, dirigida
y producida por Juana Pè”.
Un crítico de cine observó: “después de la pornografía viene la ceguera. Y, sin embargo, con los ojos arrancados, todavía nos seguimos mirando.”
Publicado en Barbaria