Si comenzar fuera posible, empezaría
acostado atrás de una pregunta que se lanzó por ahí. “¿Qué puede ser la
literatura…”, escribió alguien, “…sino, precisamente, una existencia póstuma
del lenguaje?” Pero como no es posible comenzar nada, mucho menos a escribir,
no empiezo acostado atrás de esa pregunta sino flotando desde ella, así como
desde ella el lenguaje flota póstumo en eso que se llama literatura.
Así las cosas, quisiera hablar de la
liviandad como literatura, como la cosa literaria.
Quisiera hablar de la liviandad de las
célibes liebres de Silvina Mercadal. Quisiera decir que ellas son un libro que
no se puede leer. Un libro hecho para que quien se asume como lector, no pueda
sino patinarse sobre un borde ilegible, fracasar en su tarea.
Una cita para seguir sin empezar: “De la
espina sangrante cuelgan frases encriptadas”, dice una línea, y veo la cripta
literaria como una puerta cerrada. Porque lo críptico es lo que se cierra, y lo
que desea solo una cosa: no ser interpretado. Podría decir, irguiéndome para
salir de esa pregunta, que las frases crípticas abundan en este libro
pidiéndonos que las dejemos libres, sin interpretación, pero no. Las frases que
cuelgan de esa espina roja, y que flotan en ese desgarro, no dejan al lector
elevarse de la letra, no dejan lugar a la erección varonil. Piden en cambio un
ejercicio animal, rasante, veloz. Flotar, sí, pero bien cerca del piso. Y la
imagen se hace sola: como las liebres huyendo en el bosque. Livianas.
Así las frases y también las palabras de
este libro. Liebres que huyen, que huyen para encriptarse, cerrarse sobre sí
mismas, volverse ilegibles. Sin embargo, en eso hay algo singular. Porque lo
que se cierra con tanta fuerza y pasión, como cada frase y cada palabra acá vertidas,
en un celibato casi místico, muestra que de fondo cerrarse es imposible. No hay
que dejar de hacerlo, porque es imposible lograrlo. Entonces la cripta no es un
lugar, sino una gimnasia, un ejercicio que insiste sobre sí repeliendo la
lectura.
Y así llama. Así es la llama que titila
en esa cripta, una fugacidad ilegible.
Su estructura es la del hurto, la de
aquello que se hurta a sí mismo para hacer un agujero que se cierra al infinito.
En una palabra, el vacío. Y eso es lo ilegible, aquello que no se puede asir
sino por sus bordes. Lo único que nos dejan las célibes liebres es el borde
ilegible del vacío.
Y de todo borde emerge un bordado. Uno
para antileer.
/
Precisemos, porque si hay una demanda en
este libro es aquella de la precisión. Cada palabra se fuga de sí misma, se
autovacía, agujereándose en una opacidad que no permite leerla. O sea, cada
palabra es un bosque cuando la luz se va, en los últimos rayos y la progresión
de las sombras. Lo ilegible. Pero por eso mismo, porque se torna ilegible, da a
leer otra cosa, otra palabra: leemos entonces “célebres libres” ahí donde está
escrito “célibes liebres”. O más bien, leemos “célebres libres” justamente
porque no leemos “célibes liebres”. Es que donde cada palabra se hurta a sí
misma, se borda otra palabra. O sea, lo ilegible se hace borde y así escritura.
Vuelvo a la sugestión de la pregunta inicial: ahí donde la palabra muere, nace
la literatura.
El libro de Silvina silba e hilvana esa
paradoja, la de la palabra después de la palabra. Es así como podemos
sostenernos de alguna manera en la resonancia perenne de este lenguaje póstumo,
de esta palabra que suena duplicada en su espectral posvida. El juego de rima
constante que ensaya la poeta, apuntala esta línea de resonancias que aparecen en
la inclinación de cada oreja. Escuchen: “La / cabeza / trofeo / fatal / Morfeo
// corifeo / lanza / llamas / oriflama / flecha / y / flama.”
Esa es la primera operación.
/
Pero hay una segunda. Quizás como un
embudo, donde se puede ver desde cierta perspectiva un agujero adentro de otro
agujero, hay ahora en este vacío de la palabra un segundo vacío. El del deseo.
Si en el agujero de cada palabra, se convoca siempre a otra en el equívoco más
dulce de todos, hay a su vez, como segundo gesto, una pulsión que de fondo ya
no convoca sino a una disyunción radical. A un deshacimiento que atraviesa todas
las palabras ya heridas. Entre los verbos empleados, se deja presentir un
infinitivo, algo indefinible que cautiva y llama a las palabras a su lecho de
muerte y fundamentalmente a quien lee.
“Protocautiva” se escribe como título a
un poema, y leo “provocativa” pero para ver, además del equívoco, la borradura
del sujeto mismo que soy como lector. No solo se borra el quién escribe, como
quiso toda una generación, sino también el quién lee. Así, el hurto de la
palabra ahora es un hurto a la figura y a la posición (sexual) de quien lee.
Sobre esta segunda tumba, corretean festivas las liebres y se abre el deseo
propio de lo hermético, ahí donde ellas festejan su celibato porque no hay más lectura
como penetración.
/
¿Qué y dónde la liviandad, entonces?
De lo dicho se desprende que la palabra
agujereada, reduplicada incesantemente en una figura de sobrevida, o sea, en
literatura, agujereando así al lector, hacen lugar al erotismo de quien se
sustrae doblemente. Si la figura prototípica del amor erótico es la caza, y del
cazador como posición dominante, la liebre célibe o la libre célebre toma ahora
la escena en su fuga: disloca la palabra, y disloca la lectura dejando
simplemente la letra. Un grafismo ilegible.
¿Qué y dónde la liviandad, entonces?
Precisamente en este erotismo en fuga. En ese celibato lunar.
Se recuerda, en la contratapa, a través
del Diccionario de símbolos de Juan
Eduardo Cirlot que en China “se conceptúa a la liebre como animal de presagios
y se supone que vive en la luna”. El último poema dice: “La liebre ¿lúbrica? /
en librea. Oh Gran Liebre / enséñame lindamente / tan libre la luna.” Ya no
estamos en el erotismo de la palabra completa, ni siquiera de la palabra
agujereada, sino en el de la letra como última sombra. Porque como se sigue de
este último poema, la luna y la liebre no son sino el sonido de la lengua que
se cuelga del paladar dejando correr el aire por sus costados para así
pronunciar la ele. Ese soplido inestable y suave y apenas sostenido de las eles
de liebre y luna abren paso al erotismo de este libro.
/
El libro es entonces la Gran Liebre. O,
como diría alguien sin empezar todavía, la luna que flota plateada en el bosque
que se hace noche.
Publicado en https://www.vallejoandcompany.com/el-borde-ilegible-una-antilectura-de-celibes-liebres-2019-de-silvina-mercadal/